Nos echaron de los barrios y ahora quieren que volvamos
David Bollero 28/04/2020
La crisis del coronavirus ha resultado ser la vacuna (al menos temporal) para otra epidemia: la de los apartamentos turísticos, esos que nos echaron de los barrios, que poco a poco y con el beneplácito de los poderes públicos fueron robando el alma a las ciudades y que ahora se encuentran al borde del abismo, con pérdidas que la Federación Española de Asociaciones de Viviendas y Apartamentos Turísticos (Fevitur) cifra en 260 millones de euros. Y nos piden que volvamos a los barrios.
No fueron sólo fondos buitres, hubo muchos particulares que contaban con un inmueble y decidieron trocearlo, llenarlo de muebles suecos prefabricados y convertirlo en apartamento turístico cuyos ingresos, en muchos casos y hasta que comenzó a legislarse con cierta seriedad, ni siquiera se declaraban. El COVID-19 ha traído nuevos inquilinos a esos apartamentos: el silencio, la ausencia, el vacío.
«Nadie puede decirme qué hago con mi propiedad privada», era su argumento, mientras los precios del alquiler se disparaban, dejaban a familias en la calle y expulsaban a la población de los barrios. Otras personas, que tenían cierto apego a sus inmuebles, se resistían a recurrir al alquiler turístico por temor al deterioro provocado por huéspedes rotativos y optaban por la especulación. Vista la escasez de alquiler de larga estancia, disparaban los precios conscientes de lo desorbitado de los mismos, amparándose en que «es precio de mercado».
Todas esas personas, junto a quienes acabaron con el comercio tradicional y la hostelería de toda la vida para entregarse a la fotocopia de las franquicias andan hoy sudando frío. Con una temporada alta, si no perdida, sí raquítica, no les salen las cuentas y nos llegan ahora con cuentos. Con la segura disminución de turistas extranjeros e, incluso, la probable prohibición a su ciudadanía de países como Alemania de volar a nuestro país, algunos bolsillos españoles, otrora llenos, van a andar este año más vacíos.
Encomendad@s este año al turismo nacional y, quizás y en función de cómo se produzca el desconfinamiento, incluso al provincial, nos piden que volvamos a los barrios. Muchos pisos turísticos se reconvierten en alquiler de larga estancia y rezan hasta l@s ate@s porque lleguen huéspedes. Quienes cambiaron nuestros bares por un irlandés prefabricado, nuestros cafés y chocolates con churros por aguachirle para llevar o nuestras tapas por costillas y nachos grasientos quieren ahora que abandonemos a quienes nos acogieron con sus cañas, sus menús del día, sus cafés con leche o sus patatas bravas…
El COVID-19 no ha provocado que nos echen de menos; extrañan el dinero, resultando indiferente de dónde provenga éste, siendo irrelevante cómo se transforma o destruyen los barrios, cómo las ciudades se replantean para quienes vienen esporádicamente de fuera, expulsando a l@s de dentro. Quizás es hora de que el poco dinero del que dispongamos -si disponemos de él- vaya a quienes no nos abandonaron, a quienes no nos dejaron en la cuneta. No es revancha, tampoco es el mercado, sencillamente, es cuestión de principios que no se doblegan a la avaricia.