La barra libre del sonido
Tomás de la Ossa – Martes, 7 de Noviembre de 2017
Mi hija se bajó en verano una aplicación en el móvil para medir decibelios y se lo arrimamos a todo lo que se meneaba o, mejor dicho, a todo lo que alborotaba. No en plan científico sino, más bien, en plan quien no tiene nada que hacer con el culo mata moscas. Y los resultados fueron deplorables.
Vivimos en un país en el que se extreman un montón de cuestiones de salud pública. Por ejemplo, hace poco retiraron una partida de huevos contaminados con fipronil, en dosis tan bajas que para hacerte efecto tendrías que comerte tantos que te mataría antes el colesterol. Y nos parece muy bien, que todo lo que hagamos por nuestra salud es poco. También nos parece estupendo, incluso a los afectados, que a los fumadores nos hayan echado de todas partes, literalmente a la p… calle.
Pero cuando llega el momento de combatir otro problema de salud, el de la contaminación acústica, se hace poco o nada. Y lo peor es que la gran culpable es la propia Administración pública, sobre todo los ayuntamientos.
¿Nunca han estado en un pueblo en el que varias veces al día recuerdan con cohetes -deben de hacerlos con dinamita- que son las fiestas patronales? ¿Nunca han padecido esos conciertos o verbenas que prefieren sonar fuerte que sonar bien? ¿Y esas terrazas de bar debajo de casa, que no sabes si tirarles algo o, ya que no puedes dormir, asomarte y unirte a la tertulia? ¿Y esa motarra con escape libre en mitad de la noche que hace surgir tu lado más sádico, porque te quedas escuchando a ver si se come una farola o algo? ¿Y quién decretó que a las 8 de la mañana ya se pueden usar taladradoras, barrenadoras, martillos pilones, excavadoras y motores trifásicos?
Investigo por ahí y descubro que las leyes nacionales dejan demasiada manga ancha a los ayuntamientos en este tema. Y la consecuencia -quiero pensar que por dejadez más que por mala fe- suele ser una especie de barra libre del sonido, una agresión impune a nuestra salud. Pobre silencio, con lo sano que es y el gusto que da oírlo y no oír nada.