El ocio de bajeras, bares, pisos… en el Día Mundial contra el Ruido
MARGA ROBLES – 24 de abril de 2019
Cuesta creer que, con los años que llevamos celebrando el Día Mundial contra el Ruido cada último miércoles de abril, se hayan producido tan escasos avances legales en ese terreno. Sí que en el campo de la mentalización social, esa imprescindible labor de base contra el ruido, se aceptan con entusiasmo teorías sobre la necesidad de descanso y silencio, se nombra a la Psiquiatría y a la Organización Mundial de la Salud, pero luego no se llevan a la práctica. Todavía en vacaciones de Semana Santa, nuestra ciudad, con el cese de actividades industriales y comerciales, el escaso tráfico y los viajes programados, se retrotrae por unos días a la Pamplona recoleta y callada de los años setenta. Eso sí, un espejismo. Volverán las quejas sobre bajeras, sobre pisos de estudiantes, sobre calles y bares de poteo. Que apenas se avanza en legislación, y ya en el ámbito de nuestro colectivo nos da una idea el que nuestra ordenanza sobre bajeras siga siendo, tres años después, una referencia no solo en la comunidad sino a nivel nacional. “Exigir horario, insonorización, aforo, distancia entre bajeras, comportamientos cívicos” son los puntos que exigen a sus ayuntamientos y que nos hacen llegar los afectados de varios municipios de Castellón, pero que firmarían vecinos de lonjas en Bermeo o Lekeitio, de los bajos de La Cuchi vitoriana, de las lonjas donostiarras, o de cuartos, garitos y locales que florecen en el mapa de nuestra geografía foral. Nos trasladan también los afectados de Castellón esa vieja aspiración de unión, hoy técnicamente posible, de todos los afectados por este ocio casi siempre juvenil que campa porque los equipos de gobierno municipal parecen atacados por esclerosis múltiple, una unión nacional de afectados con su página web y su Facebook donde denunciar la pereza municipal en general, y de cada ayuntamiento en particular, la queja de cada vecino torturado por inquilinos indeseables, por amenazas anónimas, difamaciones en las redes sociales o por la algarabía de las zonas saturadas por locales de ocio.
Hay un interesante movimiento de ciudades europeas encabezadas por sus ayuntamientos -sí, por sus ayuntamientos-, unas 80, herederas o generadas por el lobby vecinal europeo Vivre la Ville que actuó en su día de fermento y conciencia social. Son ciudades preocupadas por el turismo masificado, la gentrificación y el bienestar de sus ciudadanos, sobre todo de los cascos históricos. Y a diferencia del lobby vecinal, tienen los recursos técnicos, políticos y económicos que dan las instituciones. Todo esto viene a cuento por la sufrida carta que dos vecinos del Casco Viejo pamplonés publicaban en su periódico el pasado viernes 19. Además de las quejas habituales y de la falta de cumplimiento de la normativa existente apuntaban un supuesto peculiar: “Las calles se convierten en terrazas y negocios millonarios gestionados por consorcios nacionales y extranjeros de sociedades anónimas”. Es decir, desaparece la imagen del agobiado propietario de un bar de poteo intentando sacar adelante su negocio y su familia y aparece, en abundancia, la de esos establecimientos que abren, cierran y abren de nuevo porque funcionan como impersonales franquicias gestionadas por fuertes consorcios anónimos. El cambio en la estructura hostelera es potente y radical, demasiado para unos vecinos oídos pero no escuchados. Es ahí donde, si un ayuntamiento está en verdad preocupado por el descanso y bienestar de sus vecinos como valor primero de convivencia, donde entran los recursos y la fuerza de las instituciones frente a los potentes lobbys hosteleros. Es la prueba del algodón. En la línea, y con el apoyo de ese movimiento de ciudades europeas. Dicho sea en el Día Mundial contra el Ruido.
La autora es portavoz del colectivo de bajeras de ocio de la Milagrosa