Pan y terrazas
Miguel Monreal Azcárate 19.03.2021
Año 2021: todo el casco antiguo está ocupado por las terrazas. ¿Todo? ¡No! Un pequeño grupo de irreductibles vecinos, disconformes con el modelo de barrio que sus concejales proyectan, resiste ahora y siempre al invasor. Defienden el suelo público y el derecho a habitar en un barrio libre de ruidos, multitudes y suciedad.
El señor alcalde, abatido por la posibilidad de que este año no haya chupinazo ni toros, pretende ahora convencer al vecindario (desde el balcón municipal, y junto a su fiel concejal de Seguridad Ciudadana) de que reciba a las jaimas con alegría. Las terrazas –aseguran ambos– serán la solución a los botellones, rescatarán al sector de la hostelería y convertirán el casco antiguo en un barrio feliz y próspero.
Pero los irreductibles vecinos no lo ven tan claro…
En la anterior legislatura de UPN se decidió sacar la Biblioteca general y el Conservatorio del casco antiguo. También se acusó la decadencia del comercio local (muy perjudicado por la aparición de los grandes centros comerciales y la concentración de franquicias en avenidas como Carlos III). Por otro lado, se concedieron licencias hosteleras a diestro y siniestro. Estaba claro para el ayuntamiento que el casco antiguo no necesitaba libros, ni música, ni tiendas… pero sí más bares.
Señor Maya: como alcalde nuestro que es, nos debe una explicación. Ahora que ya ha espantado del casco antiguo a la mayoría de comercios y a numerosos vecinos disidentes, ¿se llevará también del barrio a la Escuela Oficial de Idiomas (cuyo equipo directivo se manifestó en contra de las carpas)? ¿Desterrará también a quienes defienden que las ayudas a la hostelería se materialicen en euros (y no en metros cuadrados de suelo público)? ¿Y a los niños que preguntan a sus madres por qué ya no pueden jugar en los espacios donde antes jugaban? ¿Echará también a las religiosas que firmaron en contra de las terrazas frente a sus conventos? Puede que esta última no le parezca una mala idea al señor alcalde: quizás el área de Seguridad Ciudadana haya calculado ya el número de mesas y barras que podrían instalarse en las dependencias monásticas.
Debe quedar claro que los vecinos no están en lucha contra el sector hostelero –tan castigado hoy por la pandemia–, sino que discrepan con el modelo de barrio que desde el Ayuntamiento se les quiere imponer. Los irreductibles vecinos defenderán la hostelería, sí; pero una hostelería sostenible (bares de barrio sí; barrio de bares no), respetuosa con el entorno y que no invada el escaso suelo público que queda en una zona ya suficientemente saturada de bares y ruido.
Pero no cabe duda de que quienes piensan así siempre estarán en minoría frente a una derecha más preocupada por ultimar la conversión del casco antiguo en un parque temático que por preservar los derechos de sus habitantes; frente a una izquierda que no defiende el suelo público, sino los intereses de sus tabernas; frente a la Iruña de charanga y pandereta, incapaz de concebir el ocio sin un vaso en la mano; frente al turismo de borrachera que la concentración de bares y otros proyectos municipales (como el macrohostel Unzu) van a seguir fomentando; y, sin duda, frente a quienes consideran un acto de egoísmo reclamar el legítimo derecho al descanso y a la calma.
En estos tiempos en los que se quiere vender a la opinión pública la falsa idea de un enfrentamiento entre el vecindario y la hostelería, y en los que es tan común tachar de insolidarios a quienes se niegan a que el suelo público pase a manos privadas y luchan por la tranquilidad de su barrio, ¿continuará el Ayuntamiento ignorando las demandas de los irreductibles vecinos? ¿Hasta cuándo seguirá usted abusando de nuestra paciencia, señor alcalde?