Una vecina de Ourense: «Vivo secuestrada en mi casa»
Cándida Andaluz 12 de octubre de 2019
Los residentes en el casco viejo de Ourense sufren noches enteras de ruidos, música y denuncias
Sábado, diez de la noche en la calle Lepanto de la capital. Las terrazas ocupan buena parte de la calle. Casi toda. En el segundo piso de un portal de la calle vive un matrimonio que desde hace tiempo ha supeditado su día a día, su vida, a lo que pasa fuera. «Yo no tengo inconveniente en que los bares estén abiertos, no se trata de una oposición radical a que la gente haga su dinero, sino a que cumpla normas», explica el hombre. Hace tiempo que tiene que desplazarse a otro lado de la casa, lejos de la sala de estar, para poder estar tranquilos. «Por ejemplo, esta mañana nos trajeron un sofá. Tuve que insistir para que lo hicieran antes de las once de la mañana porque sino están todas las terrazas y no entran. Cuando hacemos la compra no podemos llegar con el coche al portal, dejamos las cosas en el garaje y las traemos al día siguiente. Ni los supermercados, por ejemplo», relata. Hace tiempo que instalaron doble ventanal en casa. Pero ni con esas. «Vivo secuestrada en mi casa. Ni en verano puedo abrir la ventana, a veces no puedo salir porque me tropiezo con todo el mundo, tengo que cambiar de habitación para poder descansar…», dice la mujer. A esa hora la calle está intransitable, pero ocurre lo mismo desde el mediodía. Han acudido en numerosas ocasiones al Concello para denunciar la situación y también a la Policía Local. No cambia nada, dicen. «Se habla de horario de cierre, pero también de apertura, a las once de la mañana ya están colocadas las mesas. Y ya tenemos que andar pidiendo que se retiren. Nosotros no tenemos que violentarnos con nadie, hay que cumplir las normas», añaden. Y explican la situación que vive otra mujer de la calle: una nonagenaria que no puede salir de casa y que hasta la madrugada sufre los ruidos del exterior. Es así, a las 2.30 horas de la madrugada parte de esa calle sigue llena de gente bebiendo. Ya no hay terrazas, ahora son los locales de música los que aturden el descanso de los vecinos. «Esta casa -dice una vecina- creemos que la están reformando entera para poner viviendas turísticas». «Cada día esto coge una medida mayor. Sabemos que hay un informe de la policía en el que dice que 500 veladores de la ciudad son ilegales. El Concello es consciente de que lo que pasa aquí, en la calle Lepanto, no es legal. Y eso es prevaricar», señala otra vecina. Ante los argumentos de los hosteleros, que afirman que con la retirada de las terrazas se arruinarían, señalan: «Yo llevo toda la vida viviendo aquí y la gente ha hecho negocio con los bares. Puede que todo cambiara con la ley antitabaco». Un vecino de la calle explica, mientras cierra la ventana para que entendamos su argumento: «No hay control, es la ley de la selva. Al final se trata de convivencia, pero ahora mismo es necesario poner orden. ¿Por qué nos tenemos que ir nosotros de aquí? Yo tuve que ir al psiquiatra, pensé muchas veces en dejar de vivir aquí. Esto es como un desahucio». A ellos, a los vecinos, afirman, también les gusta salir de pinchos y disfrutar como cualquier otra persona, pero no entienden el acoso que sufren. «Hay ciudades en las que los vecinos están abandonando los casos antiguos y aquí esta empezando a pasar. La gente se va porque no se puede vivir».
Los hosteleros: «Nos hemos reunido con los vecinos para intentar buscar soluciones»
La opinión de los hosteleros es dispar, aunque todos coinciden al señalar que conciliar la vida nocturna de la ciudad y el descanso de los vecinos es complicado y señalan que es el Concello de Ourense el que debe clarificar las ordenanzas, algunas con más de veinte años de espera para ser redactadas. «De la hostelería vive mucha gente y no podemos cargarnos la noche ourensana. Nos hemos reunido con vecinos para buscar soluciones y eliminar el mayor ruido posible y ya hemos hecho cosas», dice Paco Gallego, presidente de los hosteleros de praza del Corregidor, que defiende que es uno de los lugares más seguros de la ciudad. «Sí es verdad que mucha gente se queda en la calle cuando cerramos, pero nosotros no podemos echarlos», indica. Cree que el todo comenzó tras la ley antitabaco: «La gente está entrando y saliendo para fumar todo el tiempo y las puertas a veces se quedan abiertas, para nosotros también es un problema».
Otro representante de los hosteleros del casco ourensano, Carlos Álvarez, también dueño de un local, señala: «Lo que más molesta es el barullo de la gente en la calle y los hosteleros que no hacen bien las cosas». Y señala el botellón como uno de los principales problemas Sobre la presencia de gente en la calle de madrugada dice: «Creo que nadie lo hace por molestar, a veces es por pura ignorancia».
«Estamos hablando de un tema de salud, nos obligan a irnos de nuestra casa»
La praza del Corregidor aglutina la movida de madrugada. Son las 3.30 horas y la plaza sigue atestada de gente y terrazas. Poca gente, propietarios, viven en esta zona. En una de esas casas, solo hay un hombre que, cuando puede, se marcha. Está cansado de llamar a la policía local e incluso tiene que convivir con la mirada detractora de los hosteleros que no cumplen. «Llevo 33 años aquí, empecé a denunciar en el 2016 y previamente me había ido de aquí. Cuando yo llegué esto no estaba aquí», dice. Y recuerda que en Carmelitas vive una veintena de monjas que sufren, como el resto de los vecinos, el ruido. «Nosotros nos estamos jugando la salud. Estamos hablando de un tema de salud, nos obligan a irnos de nuestra casa. Cada vez que vengo aquí sufro. Aparte del problema de la plaza tengo el del botellón en la praza da Estrela. A mayores los pubs que tengo debajo no están sonorizados», dice resignado. Este es otro tema, el del control de los sonidos. «El Concello no es que no actúe rápido, directamente es que no actúa. Muchas veces, cuando me he movido, me han tratado como un trapo», dice. Mientras, llega la policía local a la zona. Un aviso de un vecino alerta de una local abierto a horas en las que no debe. Un empleado empieza retirar las mesas, el propietario cierra la puerta y se va la policía. Sin más. «Hemos pedido estudios al Concello estudios sobre la insonorización de varios locales, pero no hemos recibido respuesta» explica. «Sufrimos el silencio administrativo y así no podemos hacer nada. Aunque ha habido gente, vecinos, que han llegado a contratar a detectives privados para poder probarlo», relata. «La salud me preocupa mucho, es quizás lo más preocupante, pero también la indefensión. Algunos hosteleros saben quiénes somos los que denunciamos y, a veces, van por delante de nosotros…», afirma.