Entre la amabilización y la turistificación
Marian Antoñana, Oskar Armendariz, Ana Gosa, Itziar Gradín, Javier Hualde, Belén Lora, Begoña Moreno, Paco Roda, Juanma Torrens. Asociación Convivir en lo Viejo / Alde Zaharrean Bizi 26 de abril de 2018
¿Tiene sentido revitalizar, rehabilitar, amabilizar un barrio si no es para mejorar la vida de su vecindad? Este podría ser el slogan de una campaña publicitaria. Pero es lo que continuamente nos planteamos desde la asociación Convivir en lo Viejo/Alde Zaharrean Bizi. Nos importa que nuestro barrio sea habitable y equilibrado en sus usos. Y, claro, priorizamos que su uso sea vecinal por encima de todo. Pero eso no significa pasar por encima de todo y de todos. Y es que las maneras de vivir, relacionarse, producir, vender y comprar, de socializar en un territorio dado, léase el Casco Viejo de Iruña, son consecuencia de un modelo de gestión de ciudad. El resultado de una manera de entender el barrio, de concebir la ciudadanía y de priorizar unas dinámicas sociales y urbanas u otras. O dicho de otra manera: lo que ocurre en el Casco Viejo tiene mucho que ver con la planificación urbana y la tensión especulativa sobre el suelo y el espacio. Por eso, el precio de los alquileres, la tasa de pobreza, el desempleo, el número de bares y de pisos turísticos, las viviendas vacías, los habitantes, la población inmigrante, la tasa de obesidad infantil o el número de eventos autorizados tienen que ver con ello. Con cómo se gestiona ese territorio y qué políticas públicas son prioritarias. O lo que es lo mismo, qué modelo de barrio tenemos y queremos.
Varios arquetipos mentales, a veces inmutables, vienen configurando un discurso sobre el Casco Viejo. Son las ideas-fuerza que vienen siendo usadas a modo de excusa argumental por quienes niegan el impacto de las políticas hosteleras o la preocupante turistificación del Casco Viejo y su naufragio hiperfestivo. Son argumentos que operan a modo de mantra inmutable que bloquean cualquier posibilidad de revisión del modelo de barrio que tenemos. Citemos algunos: el Casco Viejo es un espacio diferenciado históricamente que requiere, por su propia configuración y atracción económica, un tratamiento especial. Y eso justifica cualquier intervención sobre el territorio. Porque es esa diferenciación lo que blinda toda intervención y la valida. Esta idea tiene que ver con el determinismo urbano y la economía extractiva de las sociedades capitalistas. Otra idea: el turismo es bueno, es positivo. Atraer turistas al centro es mejor, así se crea empleo y ganamos todos. No es verdad. Ganan unos pocos y éstos no reparten las ganancias. Reparten los efectos secundarios de su explotación y masificación. No hace mucho, en un balcón del barrio de la Barceloneta se podía ver un cartel: “Bienvenido turista, el alquiler de apartamentos turísticos en este barrio destruye el tejido socio-cultural de esta zona y promueve la especulación. En consecuencia, muchos de nuestros vecinos se ven obligados a abandonar el barrio. Disfruta de tu estancia”. Y es que esta dinámica no es que sustituya a una población pobre por una más rica, sino que la cambia por una población anónima de turistas que apenas se relacionan con nadie. Y es que la gentrificación reemplaza poblaciones, pero la turistificación las elimina. Finalmente, otra idea que se maneja es que el vecino o vecina no tiene derecho a la queja. La vecindad del Casco Viejo debe asumir el impuesto discriminatorio de un discurso que impone la necesidad de asumir vivir donde se vive. Con todas las desventajas y decibelios, porque así lo prescribe la sacrosanta especificidad de este territorio al servicio del 95% restante de la población de la ciudad. Son esos 11.000 habitantes sobre los que recaen los impactos del ocio de al menos 300.000 visitantes potenciales de la comarca.
Pero si estas tres ideas presiden el discurso, la deriva del Casco Viejo hacia un espacio de especulación a través de los negocios inmobiliarios es ya un hecho que indica tendencia. Hay que reconocer al Ayuntamiento su voluntad por regular una de las cuestiones que, a nuestro parecer, más está incidiendo en la turistificación del Casco Viejo: la regulación de los pisos turísticos. No la negaremos. Pero la creemos insuficiente. Porque el cambio normativo propuesto, permitir la instalación de pisos turísticos solo en primera planta, ya estaba en vigor en todos los barrios de Iruña, excepto, cómo no, en el nuestro. Y ahora, que se pretende equiparar la normativa que se aplica en nuestro barrio a la del resto de Iruña, llegan las quejas de los supuestos agentes revitalizadores de nuestro barrio. Agentes que nunca han tenido problemas con la limitación de primera planta mientras en nuestro barrio se mantuviera la barra libre.
Y es que el Casco Viejo, lo venimos manifestando, ha iniciado una deriva sociodemográfica que no podemos obviar. En 1975 había en nuestro barrio 16.500 habitantes. Ahora somos 11.000. Desde 2006 (año de la apertura de la veda hostelera) a enero de 2018, el Casco Viejo ha perdido un 10,9% de población (Pamplona en el mismo periodo ganó un 3,9%). Es la peor evolución demográfica de cualquier barrio. Y el proceso de degradación se acelera. Solo en el último año (de enero de 2017 a enero de 2018) el Casco Viejo ha perdido un 10,1% de sus menores de 5 años. De nuevo, con mucha diferencia, el peor dato de cualquier barrio de Iruña (que globalmente perdió en este periodo un 1,7% de dicha población). A esto hay que sumar la tasa de pobreza en el Casco Viejo: el 8,9% de su población. Y si hablamos de consumo de alcohol, según datos de Observatorio de Salud Pública de Navarra (2016), un 39,1% de los jóvenes del barrio entre 14 y 29 años ha tenido en el último año un atracón intensivo de alcohol (binge drinking). Y relativo a los precios de la vivienda, según la agencia tuhabitatnavarra, en el Casco Viejo el precio medio ha sufrido un fuerte descenso, casi el 30% respecto a informes anteriores. Las ventas han crecido un 50% respecto al 2017. Ahora se venden más pisos y más baratos. Por algo será. Sin embargo, los alquileres de habitaciones y viviendas han disparado su precio. Un 17% en los tres últimos años. Y ese aumento está expulsando a la población más vulnerable. Entre 2006 y 2018, la pérdida de vecindario inmigrante ha llegado al 41,5%. Mientras tanto, en el resto de Pamplona, durante ese mismo periodo, aumentó la población inmigrante un 12%.
Pero, sin duda, el fenómeno que está evidenciando la pregentrificación del Casco Viejo es la proliferación de pisos turísticos. Según datos del propio Ayuntamiento, solo en cuatro meses, de julio a noviembre de 2017, el número de apartamentos turísticos reglados en Pamplona se incrementó en un 50%. La mayoría de ellos situados en el Casco Viejo. Y es que plataformas como Airbnb, nacidas bajo el aval de las economías colaborativas, se han convertido en instrumentos de mercantilización de la ciudad al servicio de inmobiliarias y negocios sin control, generando un espectacular impacto sobre los usos de la vivienda.
Este barrio ya tiene suficiente dinamización. Más bien le sobra. Este barrio ya ofrece suficientes plazas turísticas. El Casco Viejo acoge el 5,4% de la población total de la ciudad, pero asume el 38,4% de las plazas turísticas (aproximadamente una plaza por cada 5 residentes). Por esto, y en aras de equilibrar una situación de partida tremendamente desequilibrada, desde Convivir en lo Viejo/Alde Zaharrean Bizi abogamos por la declaración de todo nuestro barrio como zona saturada de alojamientos turísticos. A este barrio no le hacen falta nuevas plazas turísticas. A este barrio le falta vecindad, prácticas de vida, espacios de ocio para sus menores y jóvenes, zonas verdes liberadas de bares, zonas de descanso, un centro de día, pisos tutelados para sus mayores, un polideportivo y horarios más amplios para su biblioteca. Entre otras cosas. Esta es la dinamización silenciada. A este barrio le sobra ruido y le faltan familias y una vecindad que no sienta que vive en un barrio maltratado por la especulación hostelera y sus consecuencias. A este barrio le faltan comercios de proximidad. Porque, como dice Sharon Zukin, aquí se está dando la “pacificación por capuchino”, que no es otra que la sustitución de los negocios tradicionales por nuevos locales, léase bares, pisos turísticos y otros negocios de consumo para personas adineradas de paso por el barrio.
Todo esto requiere negociación, sí. Pero no equidistancia, ni buen rollo. Reclamamos responsabilidad antes que el colapso sea irreversible, como ya ocurre en cascos viejos de otras ciudades. Porque el Ayuntamiento no puede ser supuesto mediador en un conflicto de intereses, sino garante de los derechos de la ciudadanía más vulnerable.