Beber, comer, gastar…
Juan Torrens Alzu – 19 de Abril de 2018
Han pasado algo más de tres años desde aquel pleno del Ayuntamiento en el que todos los grupos, que entonces estaban en la oposición, se comprometieron a buscar una solución para que la vida de muchas vecinas y vecinos del Casco Viejo no fuera una tortura la mitad de la semana, gracias al juevintxo, el desparrame de las terrazas, la tolerancia de la Policía Municipal en permitir el consumo fuera de los límites de los establecimientos hosteleros (incluso a altas horas de la noche), el nulo control sobre la contaminación acústica de bares y cafeterías y el desmadre callejero de los fines de semana. Se ve que las cosas parecen diferentes si se está en la oposición o en el gobierno y el lobby hostelero marca la pauta de lo que se puede y no se puede hacer en esta ciudad.
La modificación del PEPRI, durante la cual tanto alardeó el cuatripartito de participación y buen rollo, no sólo no sirvió para corregir los incumplimientos de la normativa y paliar las molestias al vecindario, sino que dio carta blanca a que los bares se puedan ampliar eternamente (a base de comprar bajeras adyacentes), se ignore los aislamientos que obligaban las ordenanzas, se posponga hasta el 2020 o 2025 (o sine die hasta que el local hiciera reformas y ni aún entonces) las condiciones que tenían que cumplir las cafeterías y bares existentes y se introducían sutiles modificaciones que hacen aún más difícil a los habitantes del barrio soportar una presión y unas incomodidades que rayan el maltrato. “Vete a vivir a otro lado” es la frase que más hemos oído hasta ahora. Y no olvidemos que UPN, a pesar de sus buenas palabras en los recesos, aprovechó para aprobar en el último momento una enmienda que defendía que los bares pudiesen estar con las puertas abiertas aunque tuviesen la música puesta, una ilegalidad que difícilmente se sustenta.
En este trienio de gobernanza las cosas no han mejorado, más al contrario, según el testimonio de muchos habitantes del Casco Viejo. No para todos, claro, algunos engordan su cartera con esta situación y otros mejoramos nuestras condiciones de vida… porque nos vamos del barrio.
Y la cosa sigue, porque ahora le ha tocado el turno a los albergues, establecimientos hosteleros low cost, con menores exigencias arquitectónicas y por tanto más fácil de encajar en la infinidad de locales vacíos que van quedando en el barrio y que despiertan la avaricia de los chiripitifláuticos emprendedores que nos rodean. La sobreabundancia de eventos que apabullan “la curva de la Estafeta”, ese despoblamiento de nuestras viviendas (con un 11% menos de población, un 35% menos de chavalería y un 41% menos de población emigrante desde 2006), ese frenesí por vender ciudad, que tan bien les va a algunos y que convence al resto de que aquí no se puede vivir, esa deriva decadente del comercio, vapuleado por las grandes firmas, unos gobernantes acuciados por la rentabilidad y un mundo que evoluciona sin control, está deshabitando un lugar donde los y las iruindarras hemos vivido durante más de dos milenios y que está a punto de convertirse en un parque temático del mercantilismo más ramplón.
La vida debería ser algo más que beber, comer y gastar, o eso pensábamos la gente que nos decíamos de izquierdas.