Quién pierde con los BARRIOS DE MODA
María Garrido 3 de noviembre de 2016
Gentrificación: fenómeno por el cual una barriada degradada muta hasta atraer a la élite. Un libro explica quiénes son los damnificados cuando se produce. Si crees que no va contigo, sigue leyendo
A priori, que un barrio deteriorado se revalorice no tiene nada de malo. Revalorizar es una palabra atractiva. Aumentar el valor de algo suena de progreso y prosperidad, de mejora y avances. Sin embargo, cuando ese supuesto desarrollo provoca la expulsión real o simbólica de sus moradores se evidencia que estamos ante la realidad opuesta. Y eso es exactamente lo que ocurre en los procesos de “gentrificación” según el libro First we take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades (Catarata) del sociólogo Daniel Sorando y el arquitecto Álvaro Ardura.
LAS VÍCTIMAS
Explican los autores que los vecinos originarios de un barrio gentrificado no son esos afortunados que asisten jubilosos al florecimiento de su distrito, sino personas que primero han sufrido el estigma de vivir en un lugar arruinado y después el drama de tener que abandonarlo porque no pueden permitirse el aumento de precios que tienen que pagar por el alquiler. “Incluso, en el caso de los que permanecen en el barrio se produce una pérdida a medida que su territorio se gentrifica: los locales donde compraban tradicionalmente cierran porque también se encarecen los alquileres. Los vecinos y vecinas con los que compartían ayuda material -como alimentos o medicamentos- o inmaterial -como el cuidado de los niños y los mayores o apoyo afectivo- se van del barrio. Y sus formas de usar el espacio son perseguidas, como en el caso de la ocupación masiva de los espacios públicos por terrazas” describe Ardura para AD antes de añadir que “es tal el apego que algunas personas tienen a sus barrios que cuando les suben el precio del alquiler optan por convivir con otros hogares reunir recursos y poder seguir viviendo en su barrio, si bien a costa de hacerlo en condiciones de hacinamiento”.
Además, esta fotografía que parece más una pesadilla distópica que la secuencia de algo positivo como el revivir de un barrio, tiene víctimas todavía más invisibles: todos aquellos trabajadores sin papeles, manteros y buscavidas “que tienen niveles muy bajos de ingresos y necesitan vivir en el centro de las ciudades porque desplazarse en transporte público los expone a controles policiales y que tras la gentrificación ni pueden pagar las rentas ni exponerse a la nueva presencia constante de la policía”, señala el experto.
LAS CAUSAS
El origen de la gentrificación es lo que se denomina el “rent gap”. Esto es, la brecha entre la renta obtenible por un inmueble en un momento dado -que será menor cuanto mas degradado y estigmatizado esté el barrio- y la renta potencial obtenible que se tendrá cuando el barrio se haya reformado parcialmente y, sobre todo, cuando se haya “puesto de moda”. El efecto inmediato, explica Ardura, “es que los propietarios de las viviendas en alquiler suben los precios y en ese momento, los hogares que los habitaban se enfrentan a un encarecimiento que en ocasiones no pueden afrontar, especialmente cuando se trata de hogares con pocos recursos como inmigrantes, hogares monoparentales, jubilados con pensiones muy bajas, personas con empleos precarios o desempleadas, etc.”.
LOS RESPONSABLES
Sin embargo, los autores no consideran que los propietarios sean los principales responsables de un proceso tan complejo como la gentrificación y atribuyen a las administraciones públicas el mayor peso de las consecuencias “el reparto de responsabilidades no puede ser homogéneo. Aunque cualquier ciudadano puede ser, aún a su pesar un potencial agente gentrificador, su margen de acción es reducido. La mayor responsabilidad recae sin duda en las administraciones públicas, que deben velar por el bien común y en especial proteger a la población mas desfavorecida. Sin embargo, algunas administraciones, lejos de arbitrar medidas para paliar los efectos negativos del proceso, han intervenido activamente para favorecerlo, bien por desconocimiento del mismo, bien de forma intencionada”.
En este sentido, el caso del barrio de El Cabanyal, en Valencia, es muy revelador: “Aquí, el agente que ha promovido el deterioro de las condiciones de vida de los vecinos fue el antiguo gobierno municipal de Rita Barberá. En su plan, esta corporación forzó el derribo de numerosos edificios donde vivían vecinos a los que se indemnizaba con una cantidad económica muy inferior a la del coste de las viviendas donde se los realojaba. El resultado, en los casos más sangrantes, fue el posterior desahucio de algunas de estas personas desplazadas”, denuncia Ardura.
Pero hay más responsables como los agentes inmobiliarios “que quieren expulsar a los vecinos originales para alquilar o vender una vivienda a nuevos residentes con un poder adquisitivo mayor. Estas prácticas criminales incluyen prácticas como los incendios provocados o el abandono del mantenimiento del edificio para forzar su derribo, así como alquilar las viviendas vacías del mismo a traficantes de droga con el fin de hacer imposible la convivencia en el vecindario”, dice.
LAS SOLUCIONES
Sociólogo y arquitecto hablan de invertir los objetivos para que la deseable mejora de cualquier entorno beneficie a todos y no solo a unos pocos. Desde las administraciones públicas podría generarse un parque de vivienda social con precios regulados “o cualquier medida que conduzca al enfriamiento parcial del mercado inmobiliario que en un momento dado se recalienta en los barrios gentrificados”. O modificar los propósitos de las intervenciones: si en lugar de regenerar espacios vulnerables se promueve conseguir unas condiciones de vida dignas para sus habitantes la rehabilitación de un espacio puede ser necesaria y positiva “porque a veces es necesario superar el estigma del barrio o modificar sus condiciones estructurales”. Lo que vecinos y sociedad no deben consentir, insisten, “es que los procesos de gentrificación cambien las características sociales de una población no porque se haya mejorado esa situación social sino porque se ha sustituido a sus vecinos originales por otros con una posición socioeconómica superior”, zanjan.
Ciudades como Nueva York, Londres, Berlín o Paris llevan décadas convirtiendo auténticos “infiernos urbanos” en “gated communities”, es decir, en guetos para perfiles pudientes, a menudo con la colaboración de grandes fondos de inversión que construyen residencias de lujo donde había viviendas sociales. Administración, inmobiliarias, propietarios, sociedad civil… todos formamos parte del proceso de colonización urbana que echa de su hogar a los más débiles. El reto de la sociedad testigo de esta permuta está en considerar igual de negativo para la mayoría un gueto pobre que un gueto rico. En recuperar la idea de bien común que, por lo que revelan Ardura y Sorando, es lo que perdemos todos cada vez que un barrio cambia a los habitantes que desayunan magdalenas por nuevos habitantes que meriendan cupkakes.