Turistificación y salud urbana: las dos caras de una misma ciudad
Vicky López Ruiz (integrante de Colectivo Silesia) 14 de noviembre de 2017
Los cambios que trae consigo la turistificación de nuestras ciudades afectan de manera negativa a la salud de las poblaciones
Atravesamos territorios y los territorios nos atraviesan. Cada una de las dinámicas que implantamos en nuestros barrios o que modifican nuestros espacios o planes urbanísticos tiene un determinado impacto sobre nuestros cuerpos y sobre nuestras vidas. Fenómenos diversos dibujan nuestros lugares y convierten nuestro entorno en potenciador de relaciones humanas y de consumo saludable o, en el lado opuesto, en espacios funcionales donde aumentar la productividad y generar negocio.
Desde la salud pública se viene estudiando desde hace tiempo la relación entre el lugar donde vives y tu salud. Es ya de sobra de conocido los estudios sobre las diferentes esperanzas de vida entre unos barrios y otros. En ciudades como Madrid o Barcelona se han realizado estudios donde se han visto diferencias en esperanza de vida de hasta 11 años entre unos barrios y otros.
Los motivos tienen que ver con los diferentes determinantes sociales de la salud y la relación entre ellos, así como la capacidad del individuo o de la comunidad de influir sobre su propio entorno. Tanto es así, que incluso las condiciones de vida pueden producir cambios en el sistema endocrino que acaben provocando cambio en nuestro código genético. ¿Pero qué ocurre cuando cambiamos las dinámicas de los territorios? ¿Cuándo estos se configuran de manera diversa?
De la gentrificación a la turistificación
La gentrificación es un fenómeno que viene modificando la cartografía de nuestras ciudades virando de un paisaje diverso y mezclado a una escala espacial diferenciada de dentro a afuera de clases sociales, etnias, etc. Desde hace unos años, vemos cómo la población de bajo poder adquisitivo se ha ido desplazando progresivamente a la periferia de las ciudades cambiando así la morfología urbana. Recientemente el estudio Estudio HHH Proyect sobre caminabilidad en los barrios muestra que los barrios más populares son más caminables pero que esto cambia cuando hablamos de barrios gentrificados.
El interés creciente en vivir en barrios caminables y céntricos, provoca la huida de la población existente en ellos ya que no pueden pagar los precios de la vivienda cada vez más altos. Por lo tanto, los fenómenos gentrificadores cambian este posible corrector de desigualdades sociales en salud, condenando a las personas con menor poder adquisitivo a una peor salud.
Pero desde hace un tiempo, el fenómeno de la burbuja inmobiliaria ha ido evolucionando hacia el turismo como la nueva fuente de riqueza y de desarrollo. La progresiva turistificación de los territorios ha cambiado la configuración y los usos de los espacios públicos. De esta manera, las ciudades se ha transformado en espacios de los que sacar rentabilidad económica y no en espacios para la vida. Según la OMS, una ciudad saludable es la “que crea y/o mejora constantemente sus entornos físicos y sociales y amplía aquellos recursos de la comunidad que permiten el apoyo mutuo de las personas para realizar todas las funciones vitales y conseguir el desarrollo máximo de sus potencialidades”. Este modelo de ciudad se contrapone frontalmente a la concepción de ésta como un espacio de ocio consumible atractivo para la turismo de masas.
Poblaciones saludables vs turismo de masas
El análisis del impacto en salud que tienen todas estas transformaciones en el espacio urbano es un poliedro complejo. Yendo a lo concreto, podemos encontrar tres consecuencias principales: barrios alejados de lo cotidiano, mayor dificultad en el acceso a la vivienda lo que aumenta las desigualdades sociales y un sistema de desarrollo económico alejado de la soberanía que no beneficia a las personas.
Adaptar nuestros barrios a la cotidianidad no es fácil. Hemos ido viendo como la “ciudad funcional” dividida en compartimentos separados ganaba espacio desplazando así a aquellos espacios compactos donde desarrollar la vida. Con la llegada del turismo masivo, la orientación del urbanismo vira hacia el modelo “escaparate”. Nos encontramos barrios donde los espacios de encuentro y de actividad física se sustituyen por espacios de consumo, el acceso a la alimentación se hace más complicado ya que las tiendas de alimentación son desplazadas por souvenirs y bares. Lugares donde el ruido sustituye a la tranquilidad y la contaminación visual y acústica llega a todos los rincones.
Tanto es así que las peatonalizaciones que ocurren en las ciudades suelen obedecer más a intereses comerciales que a las “danzas cotidianas de la vida” (a todos los trayectos cotidianos que realizamos y repetimos en nuestro día a día) por lo que no redundan en la salud de quienes habitan la ciudad sino que se convierten en un reclamo más para aumentar el número de visitas.
Por otro lado, la vivienda se ha convertido en un negocio y no en un derecho. La aparición de airbnb y resto de estancias turísticas, han desplazado a los alquileres residenciales y aumentado sus precios. Tanto es así donde hay barrios e incluso ciudades completas donde los precios de los alquileres son tan abusivos que se hace imposible el acceso a una vivienda digna. Esto hace que las personas tengan vivir en condiciones de hacinamiento o en viviendas en peores condiciones que perjudican su salud.
Esto último, que es un potencial generador de desigualdades sociales en salud, se ve acompañado de modelos de desarrollo que fomentan inequidades. Que el turismo se convierta en el motor de desarrollo económico anula toda soberanía de nuestras ciudades, desplazando otros modelos productivos más respetuosos con la vida y el medio ambiente. Un ejemplo claro lo tenemos en la calidad del empleo en el sector turístico, que se caracteriza por la temporalidad y la precariedad laboral.
Los estudios nos dicen que las personas que presentan más de dos años con trabajos temporales declaran hasta tres veces con mayor frecuencia tener una salud regular o mala que y la inseguridad laboral ha mostrado tener efectos negativos para la salud mental e incluso de peor salud cardiovascular en clases bajas.
En definitiva, el término “derecho a la ciudad”, creado por Lefrebvre como uno de los derechos fundamentales del ser humano y de la ciudadanía, es un derecho que implica no sólo el poder habitar en la ciudad, sino el poder de configurarla y de construir espacios de vida para todas las personas. El fenómeno de la turistificación refleja el ensanchamiento de un conflicto latente desde siempre, el conflicto capital-vida. Quizás ganar esta nueva batalla sea uno de los retos más importantes para la salud pública. Conseguir el “derecho a la ciudad” como paso previo al “derecho a la salud”. Conseguir lugares vivibles para poder desarrollar nuestras capacidades, que al fin al cabo, en eso consiste la salud.
“Navegamos municipios que nos navegan. Conscientes o no, cada día atravesamos un barrio, un pueblo o una ciudad. Y somos a la vez atravesados (influidos o resituados) por sus instituciones sociales, sean públicas y visibles o más informales y cotidianas; por las relaciones que cimentan y que nos aportan cultura política; y también por las ida y venidas de materiales y flujos energéticos para satisfacer nuestras necesidades y nuestros deseos. Somos territorio”.
Ángel Calle y Ricard Vilaregut (Territorios en democracia)