DONOSTIA, MODELO DE TURISMO Y OCIO QUE ACOSA LA PARTE VIEJA
Gotzon Aranburu 20 de agosto de 2017
El debate sobre el modelo de turismo tiene una derivada en la situación de los cascos antiguos de las capitales vascas. Un repaso a la problemática de cada uno de ellos refleja una situación muy desigual, pero con un punto crítico evidente: Donostia.
Los debates son debates y las valoraciones son valoraciones; todo intercambio de puntos de vista puede estar guiado por la mejor intención, pero debería sustentarse en la constatación de la realidad sobre el terreno. Si hablamos de turismo, y en el caso concreto de Donostia, el tremendo ruido mediático surgido tras la queja de la asociación vecinal Parte Zaharrean Bizi, que ha tenido que oír de todo por denunciar su situación cotidiana, no consigue ocultar una realidad desagradable y fácilmente constatable: la fórmula reinante de ocio, reforzada por un determinado modelo turístico, está ahogando la Parte Vieja donostiarra.
El pasado 5 de julio se inauguró en el centro cultural donostiarra Koldo Mitxelena una exposición titulada “Turismos-Turismoak”. En el acto, el diputado foral de Cultura guipuzcoano, Denis Itxaso (PSE), señaló que la muestra era una llamada a la reflexión sobre «los límites del turismo», con el objeto de «pensar qué queremos ser y qué no». El comisario de la exposición, Ramón Esparza, indicó que en Europa han surgido voces que cuestionan «la bondad absoluta del turismo masivo», y puso como ejemplo las ciudades de Barcelona, Venecia y Londres, receptoras de turismo masivo, lo que ha desembocado en el encarecimiento de la vivienda y el coste de la vida, con la consiguiente expulsión de los habitantes de sus centros urbanos a la periferia. «La muestra –indicó Esparza– busca provocar el debate sobre un fenómeno desbordado que la sociedad debe replantearse». No consta que el representante de la Diputación objetara lo afirmado por el comisario.
¿Y Donostia? No hay que ser sociólogo, urbanista o economista para percibir que el centro de la ciudad, especialmente la Parte Vieja, se ha «turistizado» a gran velocidad estos últimos años. Basta con pasear por sus calles cualquier día de verano para comprobarlo, pero ¿podría ser una impresión subjetiva como está sosteniendo el alcalde del PNV, Eneko Goia?
Datos clarificadores
No, las estadísticas son contundentes. La Parte Vieja de Donostia cuenta con apenas 6.000 habitantes, pero las camas turísticas ascienden a 1.600. Los apartamentos turísticos son nada menos que 280, las pensiones 62, y los hoteles 3. El pico se alcanza en la calle 31 de Agosto, con 36 apartamentos y 5 pensiones. Pero es que, atención, los establecimientos hosteleros alcanzan la cifra de 210, esto es, hay un establecimiento hostelero por cada 29 habitantes de Alde Zaharra.
Pasemos a los porcentajes. El 75% de las pensiones de toda Donostia están en la Parte Vieja; el 84% de los apartamentos turísticos son ilegales; el precio de la vivienda de alquiler ha aumentado un 17% en un año… En la cuestión de los apartamentos ilegales se están dando ya en Donostia pasos para combatirlos, por parte del Ayuntamiento. Según Exceltur, lobby del turismo estatal, en 22 ciudades el número de apartamentos turísticos superó por primera en el año pasado al de plazas hoteleras.
Y resulta que la Parte Vieja no es Disneylandia, ni Port Aventura, ni una bodega de La Rioja. La Parte Vieja es un barrio de Donostia en el que vive gente, nativos, que trabajan, pasean y duermen como los de cualquier otra parte de la ciudad, que asumen la especificidad de su barrio, pero que no están dispuestos a que el gastro-ocio y el turismo inherente al mismo lo conviertan en un parque temático inhabitable.
Rafa Azkona es el presidente de la asociación Parte Zaharrean Bizi y vive en el corazón de la Parte Vieja. De hablar pausado, cuenta primero, off the record, algunos episodios vividos en carne propia estos últimos años, episodios de esos que le dejan a uno con mal cuerpo para todo el día. Pero prefiere exponer la situación general, empezando por centrar la cuestión: «Nosotros denunciamos lo que todo el mundo ve, ni más ni menos que eso. Pero en este país enseguida se tergiversa todo, se manipula, y parece imposible debatir la cuestión en sus justos términos –se queja–. Y lo que decimos es, básicamente, que hay que defender la Parte Vieja de fenómenos como la terciarización, invasión de un determinado modelo turístico y de ocio y, en general, la sobreexplotación mercantil, porque todo junto nos está ahogando a los vecinos».
En pocas palabras, lo que se estaría dando en la Parte Vieja es un proceso descontrolado de mercantilización y privatización del espacio público –ejemplificado en las terrazas de los bares–, acompañado por una invasión de población flotante en la calle y en los edificios –debido a la reconversión de las viviendas en apartamentos turísticos–, a lo que se añade la colonización del comercio de franquicias dirigidas al turista –con la subsiguiente desaparición del comercio tradicional– y problemas derivados, como el aumento de la contaminación acústica.
Como se ve, y han denunciado además de los vecinos organizaciones como Ernai o particulares que se han pronunciado en la prensa, no se trata de «turismofobia», sino de denunciar que un determinado modelo turístico, con características similares al sobradamente conocido en muchos puntos del Mediterráneo español, está multiplicando los efectos perniciosos para los habitantes de la Parte Vieja e incluso de Gros y partes del centro de la capital, frente a unos beneficios más que discutibles.
«Nuestro barrio se empieza a percibir por parte de sus visitantes, sean del entorno cercano o forasteros, como un espacio en el que todo está permitido, en el que se puede sacar ruido a cualquier hora del día o de la noche, beber en la calle, ocupar aceras con las terrazas… y en el que los vecinos tenemos que aguantar y callar, en virtud de alguna ley no escrita que nos debe de condenar a esta situación por haber tenido la ocurrencia de vivir en la Parte Vieja», indica Azkona.
Frente a ello, desde las instituciones se habla una y otra vez de «turismo de calidad». El presidente de Parte Zaharrean Bizi tiene claro que el problema no es el turismo en sí mismo, ni de dónde procede, sino el modelo que se ha adueñado de esta zona de Donostia. «Yo prefiero a cien japoneses que escuchan a su guía, que visitan nuestras calles y monumentos y se comportan con respeto, a diez nativos que están de despedida de soltero y molestan con sus gritos y comportamientos», señala gráficamente Azkona. Lo que ocurre es que los forasteros comprueban que esos comportamientos de «desfase» quedan impunes y rápidamente muchos de ellos los reproducen. ¿Magaluf? En este momento, no, obviamente, pero ¿en un futuro no lejano?…
Precariedad, identidad y dotaciones
Los beneficios del turismo también existen, obviamente. Deja dinero en hoteles, restaurantes, bares, y proporciona trabajo en estos sectores. Pero ¿a qué precio? Por lo que respecta a los jóvenes, y según denuncia Ernai, la ecuación no es positiva. Por un lado, gran parte del empleo estival es de poca calidad, precario y mal pagado. Y por la otra, la invasión turística hace que estos mismos jóvenes no puedan soñar con quedarse a vivir en el barrio donde nacieron, pues el precio de las viviendas las hace inaccesibles, o simplemente han desaparecido convertidas en apartamentos turísticos, su función exclusiva desde mayo hasta setiembre.
El modelo turístico vigente acarrea otra consecuencia negativa para quien tenga conciencia de país y de identidad, aunque obviamente no importe en absoluto a quien solo mire la caja registradora al final de la jornada. Se trata de que la uniformización cultural, en este caso en su versión turística, borra las señas de identidad autóctonas allá donde se impone, sea Donostia o sea la Costa Brava. Lo han denunciado también desde Ernai: en muchos establecimientos es casi imposible ser atendido en euskara, pero no así en francés o en inglés.
En otro plano, pero también en relación a los problemas del euskara en la Parte Vieja, destaca la cuestión de la ikastola Orixe, que ha visto frustrados sus planes de ampliación al convento de Santa Teresa, al haber preferido la Diputación de Gipuzkoa que se instale en el edificio una escuela de innovación empresarial.
Todos somos turistas y Donostia ha recibido a millones de ellos desde el siglo XIX. No se discute eso. La diferencia es que parece evidente que hay en marcha una operación, por activa o por pasiva, para que determinadas partes de la ciudad, en un círculo con centro en la Parte Vieja y extendiéndose, se conviertan en un gran parque temático destinado a vivir por y para el turismo, turismo masificado, pasando por encima de los vecinos y de su calidad de vida.
¿Es demagógico afirmar tal cosa? Joseba Alvarez, militante veterano de la izquierda abertzale, es vecino de Alde Zaharra y recientemente ha participado en una mesa redonda con jóvenes, en plena Plaza de la Constitución. Esto les contó: «En estos arkupes había una pequeña imprenta, una librería, una carpintería, una tienda de zapatos, una carnicería, una tienda de periódicos, cuadernos y cacahuetes, una hermosa pescadería, una agencia de seguros, cuatro bares y la Biblioteca Municipal. Terrazas no. Era la plaza de un barrio vivo». Quien quiera comprobar el cambio experimentado, solo tiene que acercarse y echar un vistazo. Se puede sentar en una terraza, si encuentra sitio. Y eso que ocupan el 30% del espacio en el que antes jugaban los niños…
Algunas valoraciones:
«En estos arkupes había una imprenta, librería, pescadería, tiendas… terrazas no. Era la plaza de un barrio vivo»
JOSEBA ÁLVAREZ
Vecino de Parte Zaharra
«El problema no es el turismo, yo prefiero a diez japoneses con su guía que a diez nativos en despedida de soltero»
RAFA AZKONA
Presidente de Parte Zaharrean Bizi
«La muestra busca provocar el debate sobre un fenómeno desbordado que la sociedad debe replantearse»
RAMÓN ESPARZA
Comisario de la muestra «Turismos»