El nuevo camelo
José Ignacio Rufino 23 de mayo de 2017
«Hay que compatibilizar diversión y descanso»: y un pimiento. Hay que cumplir
Nuestras ciudades del sur, en no pocos casos, han abrazado ante la falta de alternativas el modelo productivo que podríamos llamar Juerga&Ocio&Turista. Una alternativa, por cierto, que tiene poca marcha atrás. Sin llegar todavía a la excrecencia de los beodos niñatos que chingan y echan la pota en la calle y después se hacen un balconing en el hotel de una infraplaya de Mallorca, en algunas capitales y pueblos comenzamos a mostrar síntomas de este nuevo imperio, el de pasarlo bien. Bueno, pasarlo bien a costa de que la gente pueda estar mínimamente en paz en su barrio, en su casa o en su descanso nocturno. Ni siquiera hablamos de botelloneros que pasan de cualquier congénere mientras se ponen morados en plena plaza o calle. Tampoco de las fiestas recurrentes, en las que somos campeones del decibelio («Usted, sí usted: usted va a oír por narices mis cohetes, mis tambores, mis chundachundas»). Se trata de un nuevo mensaje sibilino que nos mandan taimadamente los munícipes, para quienes los festejos y los bares son un ancla presupuestaria cada vez mayor. Un periódico local, por ejemplo, titulaba algo así en su portada hace unos días: «La ciudad se enfrenta al reto de compatibilizar diversión y descanso». Pedazo de andanada submarina.
O sea: la prioridad no es garantizar que una persona pueda dormir a partir de una hora normal, y no digamos proveer de cierta garantía jurídica y comercial al valor de su patrimonio en ladrillo: mantener la calle habitable y no devaluada es obligación del ayuntamiento. Este principio, el derecho al descanso, te dicen, debe convivir con otro: el ya inalienable y sacrosanto derecho a divertirse, incluso molestando a los demás, varios días a la semana por barba: no en un polígono aislado, sino en el centro u otro barrio guay. No queda ahí la salomónica estrategia compatibilizadora. Hay otra pata, una variante del empresario hostelero o de ocio: el empresario de la noche, el emprendedor en ocio nocturno. Retrógrado que es uno, la cosa es muy clara: si usted es empresario, entre sus costes está la insonorización total, la obligación de mantener al cliente en su local debidamente aforado. No puede socializar sus obligaciones y costes por la cara y con la negligencia o -ya vemos- colaboración del municipio canino. Entonces no será usted tan buen empresario: es más bien un cara que saca rentabilidad aun mortificando la vida de quien no tiene culpa ninguna. Se debe hacer, sencillamente, lo que se hace en cualquier sitio civilizado.