La turistificación o el ‘síndrome de Venecia’
Antonio Maestre 5 de gosto de 2017
El mayor desafío al que se enfrenta la política en lo que respecta al turismo es en hacer partícipe de sus beneficios a los habitantes de las ciudades, más allá de otorgarles unos trabajos temporales y precarios.
Las acciones reivindicativas, vandálicas como mucho, contra la masificación del turismo que Arran ha llevado a cabo estos días en Barcelona e Illes Balears han sido denominadas de diferentes formas y todas excesivas, desde kale borroka a turismofobia. Una ceguera en algunos casos interesada pero, en los más, propia de una absoluta ignorancia que cierra los ojos ante una realidad que lleva años instaurada en los ambientes más militantes de los barrios populares y que sufren los habitantes con menos recursos de los centros urbanos de las grandes ciudades turísticas.
La turistificación, un neologismo que sirve para explicar el impacto que tiene en el ciudadano de un barrio que las instalaciones y servicios pasen a dedicarse de manera casi exclusiva al turista en detrimento del residente, es una evolución de la gentrificación. Ambos procesos afectan de manera muy importante a la expulsión de los núcleos urbanos de la clase obrera. La aparición de nuevas corporaciones empresariales como AirBnb, que están sustituyendo el alquiler residencial por la estancia vacacional, ha provocado una espiral inflacionista en los precios que hace imposible a los trabajadores acceder al mercado de la vivienda. No solo ocurre en los centros de las ciudades, sino en el resto de anillos urbanos concéntricos que se ven influidos por el aumento de los costes.
El ejemplo más paradigmático de este problema es el de Ibiza, la isla turística por excelencia, que está viendo como el encarecimiento salvaje de los alquileres impide cubrir las plazas de trabajadores esenciales como policías o personal sanitario, que no pueden permitirse un alojamiento, y está creando la figura del trabajador sin techo. El problema es de tal calibre que en algunos casos se llega a cobrar hasta 500 euros al mes por un balcón para dormir a trabajadores estacionales, e incluso se han habilitado camas de hospital para cubrir las necesidades de alojamiento de anestesistas del sector público.
El turismo es el mayor activo de la economía española, un sector que se ha visto favorecido por una revolución global que ha fomentado su generalización en sectores de la población que hasta la última década no podían permitírselo. La propagación del transporte aéreo low cost se ha unido al cambio cultural que ha convertido el viaje en un objeto más de consumo, casi en una pieza de coleccionismo de destinos. Estos elementos han provocado un aumento masivo de los visitantes a las ciudades con gran atracción turística. Los gobiernos locales no están sabiendo gestionar este incremento por la falta de regulación y la instauración de un pensamiento neoliberal que convierte cualquier atisbo de medida regularizadora en un ataque contra los beneficios empresariales.
La sobreexplotación a todos los niveles implica el riesgo de crear una burbuja que acabe matando de éxito al modelo. En Mallorca, el año pasado, se empezaron a cancelar reservas porque la masificación hacía insoportable la permanencia de algunos visitantes en la isla. Ya no son solo los locales los que acaban expulsados por el turismo desaforado, son los propios turistas los que acaban hartos de un modelo masificado que busca el beneficio rápido a costa de expoliar los recursos humanos, urbanos y medioambientales de las ciudades y ofrecer un servicio de escasa calidad. La fobia al turismo es propia de aquellos que miran para otro lado cuando acaba convirtiéndose en el enemigo de los que tienen que vivir y disfrutar de él, no de los que luchan y claman por un sector sostenible que aporte beneficios a todos los estratos sociales.
La enfermedad tiene un nombre y no es turismofobia. Se llama “síndrome de Venecia” y es el virus que ha sido inoculado en la bella ciudad italiana hasta hacerla inhabitable para los venecianos por la eliminación total de los recursos y servicios para los ciudadanos locales. En un reportaje en The Independent contaban la historia de David Redolfi, uno de los 400 gondoleros de la ciudad, que con un sueldo de 105.000 euros anuales ni siquiera puede costearse un apartamento y ha tenido que mudarse a una isla cercana.
Lo que ya ha ocurrido en Venecia está sucediendo en Ibiza y puede pasar en Madrid y Barcelona. La afluencia masiva, y sin control, de turistas ha provocado que los precios hayan expulsado casi totalmente a los locales. Se estima que para el año 2030 no quedará ningún veneciano en su ciudad y la urbe quedará exclusivamente dedicada al turismo. Convertir o no las ciudades en un parque temático que bulle de vida por el día y languidece por la noche está en manos de nuestros dirigentes. En la ciudad de los canales ya es un hecho y estamos montados en la misma góndola.